Rabat, 28 may.- Mucho se ha hablado del cannabis y la conveniencia de su legalización desde el punto de vista de la seguridad o de la salud, pero pocos son los que recuerdan los estragos ecológicos que esta planta está causando en los montes y campos del norte de Marruecos.
En Marruecos, al cannabis se le llama kif, se planta en primavera y suele cosecharse en las semanas que ahora llegan, con los primeros calores del verano, constituyendo la principal actividad de las regiones que se extienden entre Chauen y Nador, a ambos lados de la cordillera del Rif.
Mohamed Andalusi lleva años clamando por la protección ambiental de su Rif natal al frente de la asociación AZIR (lavanda en lengua rifeña) y asegura que el kif «ha destruido bosques, ha agotado la tierra y ha llenado los acuíferos de fertilizantes».
Según cifras oficiales, hay en Marruecos 47.000 hectáreas dedicadas al cultivo del kif (eran 135.000 hectáreas en 2003), que constituyen además la principal fuente de ingresos para unas 90.000 familias de campesinos.
El kif se cosecha y se procesa en los mismos campos del Rif y se convierte en hachís o resina de cannabis: Marruecos es el principal productor mundial de hachís, según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, dependiente de la ONU, que no da cifras sobre producción. En cuanto a las incautaciones, el Gobierno marroquí decomisó en 2013 500 toneladas.
Andalusi no entra en la cuestión de la despenalización del kif o sus usos terapéuticos, pero alerta sobre las consecuencias ambientales que desde los años ochenta ha traído esta planta hasta convertirse «prácticamente un monocultivo» en las regiones norteñas del país.
El empuje del cannabis, siempre en busca de más tierra cultivable en esta región muy accidentada, acabó primero con los alcornoques de las zonas bajas de la región de Ketama (centro del Rif) y luego fue comiendo espacio a los cedros, que crecen en zonas más altas y frías, valiéndose de unas leyes muy permisivas de protección de bosques.
«Cuando se cortan los bosques, a los cinco años la capa de terreno fértil desaparece y surge a la vista la roca madre, lo que ha provocado que el Rif tenga el récord mundial en erosión, pues la tasa de terreno fértil desaparece en proporciones gigantescas», explica.
Las lluvias caídas sobre este terreno desforestado resbalan a gran velocidad sobre los montes arrastrando piedras y barro y causando inundaciones frecuentes y brutales, añade el ecologista.
Pero además de los montes, está el kif de las zonas bajas: en los diez valles mediterráneos entre Oued Lau y Alhucemas el kif, que requiere mucha agua, ha agotado los acuíferos o los ha llenado de fertilizantes.
Según Andalusi, esta zona del cannabis consume más fertilizantes que todo el resto de Marruecos.
En los mercados de la zona ya no es posible encontrar productos locales y todo, desde las patatas y los tomates, viene de fuera. «Somos totalmente dependientes del mundo exterior, porque ¿quién va a perder tiempo cultivando patatas con lo mal que se pagan? ¡Prefieren cultivar kif!», sostiene Andalusi.
«Hay chavales que no han visto en su vida sacar una patata de la tierra pese a ser campesinos, porque la gente ha perdido los conocimientos agrícolas, no saben hacer otra cosa que cultivar kif», se lamenta.
La cultura del kif está tan arraigada en la zona que hasta los imanes de las mezquitas locales se las arreglan para limpiar la conciencia de los campesinos con el argumento de que el Corán condena el alcohol, pero nada dijo del kif, añade el activista.
Es cierto que de vez en cuando alguna patrulla de la Gendarmería (policía rural) se presenta en una aldea rifeña y sin mucho entusiasmo decomisa sacos de kif o arrasa algún cultivo, pero los disturbios que generan estas apariciones policiales hacen más problemático el remedio que la enfermedad.
La región sigue enredada en un círculo vicioso de droga, contrabando y emigración. Si ya los problemas humanos son abundantes, ¿quién se acuerda del suelo y de los bosques?.
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