La marihuana. Efectos de una droga cuyo consumo genera cada vez más debate

ANTONIO LÓPEZ ALONSO (*) La marihuana es una planta cuya terminología científica se corresponde con el Cannabis sativa, siendo su principio farmacológico activo el delta -9- tetrahidrocannabinol (THC).

La forma más típica de utilizar el cannabis es fumándolo. En el argot coloquial se maneja la palabra «porro».

Si una droga es discutida en el mundo actual, esa droga es la marihuana, con detractores y defensores de su uso, estando legalizada en ciertos países, pero en otros no, como es el caso de España.

Como médico interesado en el estudio del cannabis, estas letras no desean entrar en el campo de si deben ser legalizadas o no, sino en los efectos nocivos que su inhalación produce en el consumidor.

Me apresuro a decir que, incluso, estos efectos están sujetos a revisión.

¿Cómo actúa el cannabis cuando se inhala por vía respiratoria?

Más fácil todavía: qué recorrido lleva en nuestro cuerpo, cuando el fumador de porros incorpora en sus pulmones el THC.

El pulmón es la víscera cuya función atañe a la respiración, produciéndose un intercambio de gases: oxígeno y CO2, a nivel de la membrana alvéolo-capilar.

Al fumar marihuana, su principal principio activo, el delta-tetrahidrocannabinol (THC), atraviesa aquella, incorporándose a la sangre que la transporta por todo el organismo, y por supuesto al cerebro, en donde desarrolla sus principales efectos nocivos, sobre todo en aquellas partes del mismo de alta densidad, ejerciendo una influencia severa sobre la memoria, capacidad de concentración, movimiento, coordinación y percepción sensorial.

¿Cómo los desarrolla?; ¿cuál es el mecanismo íntimo de actuación del THC?

En el cerebro, y muy especialmente en zonas del mismo: hipotálamo, ganglios basales, hipocampo y cerebelo, el THC se adhiere a determinados sitios llamados receptores cannabinoides, ubicados en las células nerviosas, alterándolos en mayor o menor medida.

Bien cierto es que sus efectos placenteros: euforia, relajación, sensación de bienestar, en los consumidores crónicos de porros, genera adición -uno de los peligros de todas las drogas, pues si se intenta dejarlas, sobrevienen los síntomas de abstinencia-.

Una vez en la sangre, el THC se une a las lipoproteínas, a la albúmina, pasando este complejo THC-proteína por la circulación hepática, donde se convierten en compuestos inactivos mediante hidroxilación y carboxilación.

El THC es enormemente lipofólico y los niveles plasmáticos iniciales disminuyen rápidamente por su distribución hacia tejidos ricos en lípidos, grasas.

Pero genera adicción. Es una droga, insisto en este detalle. Blanda o dura, pero es una droga. Si el consumidor habitual de porros los deja de tomar bruscamente aparecen síntomas típicos del síndrome de abstención del cannabis.

Los efectos perniciosos de la marihuana más graves afectan al área de la memoria y a un cuadro que los galenos llamamos Psicosis aguda por cannabis.

Y a ellos me quiero referir.

El deterioro producido por la marihuana en la memoria se produce porque el THC altera la información procesada en el hipocampo -área del cerebro responsable de aquella-. Y en el hipocampo hay una estimable cantidad de receptores cannabinoides.

Los consumidores de altas dosis de marihuana pueden sufrir una Psicosis aguda, con alucinaciones, delirio y pérdida del sentido de la identidad personal.

Se citan (Schwartz, 1987) en estas psicopatías otros trastornos cognitivos (elevada irritabilidad), así como del comportamiento: abandono y aislamiento social; cambio de la identificación entre sus iguales; alteración en las relaciones interpersonales, disminución de las inhibiciones; aumento en la actitud de arriesgarse; disminución en la motivación; disminución del rendimiento laboral o académico y comportamiento ilegal: vandalismo, hurto, conducir bajo la influencia de la droga, verse involucrado en accidentes de vehículos a motor.

No quiero dejar de citar, en este breve recuerdo de los efectos del cannabis, la relación del mismo con la criminalidad, tomando como referencia el trabajo de Delgado Bueno (2002), quien cita literalmente que intentar relacionar el cannabis con delincuencia y criminalidad es virtualmente inexistente, conduciendo más a actitudes pasivas de auto-marginación social.

Salzman (1974; 1976), descubrió que la intoxicación por marihuana daba lugar a un descenso de la hostilidad incluso bajo condiciones de ligera frustración, aunque puede producir un incremento en el comportamiento agresivo en situaciones de frustración más intensa.

Desde luego no hay datos que sugieran que la marihuana tenga un efecto farmacológico directo que incremente la agresión (Moyer, 1982).

Tinklenberg (1974), afirma que el comportamiento extremadamente agresivo y sexualmente violento en una población de adolescentes fue mucho más común durante la intoxicación por alcohol que durante la intoxicación por marihuana, a pesar de que los adolescentes informaban utilizar casi tanto una como otra droga.

Mientras continúa la controversia sobre el «uso médico» de la marihuana (para tratar el glaucoma, estimular el apetito en pacientes con enfermedades extenuantes, o controlar las nauseas de pacientes en quimioterapia), el debate sobre la «despenalización», muy fuerte durante la década de los 70, ya no levanta tanta pasión ni interés. En los EE UU y Canadá, un pequeño pero agresivo grupo de presión para la «legalización» aboga por fórmulas de «reducción del daño» y alternativas a todas las prohibiciones de las drogas. Pero no tienen el apoyo popular que tenían los apologistas del «porro» hace más de una década y no es probable que alcancen el mismo éxito.

De siempre, he aconsejado a mis hijos y alumnos que no fumen marihuana, aunque se intente relacionar tal concepto con el de libertad, circunstancia formalmente falsa.

Y si esto hago, no obedece a otro motivo que en mis primeros años de residente en el Hospital Clínico de Madrid raro era el día de guardia que, en el Servicio de Urgencias del mismo, no acudía algún varón joven en los aledaños de los 20 años con un cuadro neurológico de irritabilidad, hiperemotividad, alteración en el nivel de conciencia y con una desorientación témporo-espacial intensa; incluso, en algunos casos, en estado comatoso.

Esta intoxicación aguda por cannabis -unos veinte «porros»-, en las últimas veinticuatro horas, aderezados con dosis mínimas de cocaína y dos o tres «cubatas», es la situación ideal, para que en un cerebro predispuesto, se desencadene una esquizofrenia.

Cuando las circunstancias se plantean de esta forma, negociar la desintoxicación con el joven varón, incluso adolescente a veces, es un acontecimiento en el que debe implicarse el médico con todas sus fuerzas.

Y si hace bastantes años las cosas eran así, en el momento actual estas situaciones clínicas severas son de una gran frecuencia.

¿Legalización del «porro»? Mi querido lector, después de lo leído saque usted sus propias conclusiones.

FUENTE: http://www.laopiniondezamora.es/opinion/2014/06/15/marihuana/768223.html

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